Muchos venimos o podríamos decir que “somos producto”, de un estilo de crianza adultocéntrico. Ese en el que la opinión del niño no cuenta mucho, se minimiza, se infravalora. Ese en el que el adulto dice y el niño acata. Donde la relación cuidador – niño es totalmente vertical. No por maldad, sino quizás por una mezcla de paradigma establecido, poco cuestionamiento, comodidad, conveniencia, etc.
Por otro lado, hoy en día vemos familias que crían bajo un estilo de crianza infantocéntrico. Donde el niño es muy tomado en cuenta pero a veces dejando a su elección decisiones que no está listo para tomar. Es evidentemente importante que los niños tengan voz, que sus opiniones sean escuchadas y validadas, que se les permita realizar actividades por ellos mismos, que no estemos constantemente interfiriendo en su libre exploración, en su conocimiento del mundo, etc. El problema es que los niños necesitan límites también, necesitan un buen “no” cuando algo que desean experimentar es peligroso para ellos, necesitan que los contengamos, acompañemos, que tomemos las mejores decisiones para ellos y cuando corresponda, conjuntamente con ellos.
¿Habrá un punto intermedio entre el adultocentrismo y el infantocentrismo? Considero que sí lo hay y así como una balanza, en algunas ocasiones se inclinará más para el lado del adulto y en otras para el lado del niño. La crianza respetuosa es un término muy en boga pero que también es muchas veces malinterpretado. Algunos ejemplos de esta mala interpretación son: cuando vemos que el niño elige el jardín o colegio al que desea ir, bajo sus propios criterios, muchas veces porque es más vistoso quizás; cuando la madre siente una culpa gigante de querer destetar al niño a pesar que no duerme bien, está hecha trapo y realmente ya no desea seguir dando de lactar; cuando el niño se convierte en un “tirano” pues toma el control de la casa al tener padres que no deciden, no contienen, no ponen límites. La crianza respetuosa habla de, entre muchas otras cosas, apego, acompañamiento, buenos tratos y de trazar límites con respeto. El “no” no viene de un “no porque yo lo digo”, sino que viene de un argumento respetuoso, explicativo del motivo por el cual en esa determinada ocasión algo se le debe prohibir al niño. En la crianza respetuosa no es que no existan las frustraciones y las posibles rabietas concomitantes, sino que se abordan desde el acompañamiento y la escucha. Dejar al niño “que se calme solo” o “que aprenda él mismo a autorregularse” no tiene sentido, puesto que está en un proceso de crecimiento, de maduración y esa capacidad aun no la tiene desarrollada. Es más, si no acompañamos respetuosamente en esos momentos difíciles, es probable que esa capacidad no se desarrolle adecuadamente. Por querer saltar pasos y exigir más de lo que corresponde sólo haremos que el proceso demore más o termine desviándose.
Si una mamá quiere dejar de dar de lactar hay que respetarla, así como también hay que acompañar al niño que será destetado. Si un papá está cansado y no quiere jugar con el niño, también hay que respetarlo, pues jugar sin el deseo de hacerlo no va a dar buenos resultados. Pero hay que hablar con el niño y explicarle por qué en ese preciso momento no estamos disponibles para jugar, pero sí quizás para leer un cuento. Esa última opción puede que sea más respetuosa que simplemente negarle el juego y no darle ninguna otra alternativa. La crianza respetuosa es tener al otro en mente y pensar cómo se sentirá con cada decisión que tomemos, sin que éstas nos generen culpa, sobre todo si se toman, se comunican y se acompañan desde la empatía, el amor y el respeto.
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