En los últimos meses las redes sociales han estado cargadas con feroces debates. Cabe preguntarse, ¿por qué las personas son más agresivas online que offline? ¿por qué se ve tanta polarización y debates hostiles en las redes sociales? Una respuesta rápida es que estando online uno puede atacar sin riesgo a recibir una paliza. Sin embargo, el tema tiene raíces más profundas.
Un primer factor está relacionado con el contexto. Cuando nos comunicamos de manera presencial, registramos abundante información del lenguaje corporal que nos permite hacer predicciones sobre el estado interno y contexto de nuestro interlocutor. Esa información no-verbal, que es aproximadamente el 70% del proceso comunicativo, aporta muchísimo para la comprensión mutua. En redes sociales tenemos mucho menos información de contexto, lo que lleva a que nuestras predicciones sobre los estados internos de los demás sean menos certeras. Es más difícil ver los matices que evitan interpretaciones extrapoladas. Alguien que anda de mal humor puede interpretar una publicación relativamente neutra como mal intencionada, o alguien que busca bajar las tensiones con una broma sobre el Covid-19, puede acabar irritando a un profesional de la salud. Asimismo, nuestro alcance social en redes supera ampliamente el número de vínculos significativos que realmente podemos cultivar. Con la cantidad de interacciones que tenemos en redes, es predecible que se agote nuestra capacidad empática y terminemos siendo insensibles con otros. Finalmente, las personas usan más las redes cuando se sienten solas o frustradas, por tanto, podemos esperar que las peleas online concentren a individuos que ya vienen conflictuados.
Un segundo factor tiene que ver con nuestra profunda necesidad de pertenencia. La socialización es fundamental para nuestra supervivencia, y, los que logran predecir los estados internos de los demás, aumentan sus chances de posicionarse mejor en el grupo. Para hacer buenas predicciones, necesitamos prestar atención al entorno social. La curiosidad por saber de la vida de los demás o lo que éstos piensan de nosotros, está enraizada en nuestro sentido de supervivencia. Es así que obtenemos una idea de nuestra influencia en el grupo, de quienes son nuestros aliados, y en quienes no podemos confiar. El problema está en que nuestro lado oscuro torna a veces esa curiosidad de base evolutiva en un morbo por el chisme, la envidia y la burla. Esto se ve, por ejemplo, en el tráfico que generan los conductores curiosos que quieren ver la escena de un accidente. Asimismo, cuando dos personas discuten acaloradamente en la calle, en pocos segundos se forma un anillo de curiosos. Muchos dejan lo que estaban haciendo para no perderse la pelea. Esto no ocurre cuando alguien ayuda a una abuelita a cruzar la calle. Siguiendo el mismo patrón, las peleas en redes sociales atraen a círculos enormes de personas que meten candela al fuego.
Hace unos años de produjo una coincidencia interesante: el mismo día que se produjo la primera pistola con impresión 3D, se imprimió también la primera prótesis de mano. Mientras que el video del primer disparo obtuvo 10 millones de vistas en Youtube, el video del niño usando la primera protesis obtuvo apenas 700 mil. Esto está en sintonía con lo que vemos en los ratings: la gente tiene más curiosidad por la vida privada de las celebridades que por descubrimientos científicos.
El tercer factor está relacionado con el modelo de negocios de redes sociales como Facebook e Instagram, y el diseño de sus algoritmos. Como el usuario no paga por el servicio, las redes ganan por publicidad. Los clientes son en realidad las empresas que hacen anuncios, y el producto es nuestro tiempo de pantalla (en realidad el producto es la capacidad de predecir nuestra conducta de consumo). Para poder vender publicidad, las redes tienen que captar eficientemente nuestra atención. Y para captar la atención de las personas, los creadores de las redes sociales se han inspirado en las investigaciones de la neurociencia y la psicología del comportamiento. Los detalles de las cosas que han hecho para engancharnos los veremos en un próximo artículo, pero podemos decir por ahora que han hecho un buen trabajo porque hoy andamos todo el día pegados al celular.
Es cierto que solemos interactuar con las publicaciones que son afines a nuestros gustos e intereses. Pero también interactuamos con las publicaciones que nos indignan o molestan. Basta ver la cantidad de comentarios que reciben los videos donde se muestra a alguien haciendo algo incorrecto (ej: mercados abarrotados de personas durante la cuarentena, interacciones violentas entre policías y ciudadanos). Las publicaciones que nos enervan también generan tiempo de pantalla. Cuando criticamos en redes sociales, se activa nuestra curiosidad por saber lo que otros piensan de nuestra intervención y revisamos nuestro celular más veces que cuando comentamos videos de gatitos. Este fenómeno no ha pasado desapercibido a los algoritmos de las redes, pues siempre están haciendo correlaciones estadísticas para descubrir los patrones conductuales que contribuyen al tiempo de pantalla. Por eso es que de cuando en cuando, le aparecen videos de toros a los animalistas, quienes, al responder con suma indignación, terminan generando más tráfico que los propios aficionados de corridas de toros.
Esto genera dos movimientos. Por un lado, las redes personalizan cada vez más nuestro «feed» y nos aparecen más seguido las publicaciones que son afines a nuestros gustos. Esto hace que interactuemos más con gente que piensa igual que nosotros, y vayamos generando una mentalidad de tribu. Al ser reforzados una y otra vez por el aplauso de nuestros correligionarios, corremos el riesgo de quedar encerrados en una narrativa monolítica. Esto hace más difícil comprender y ser empáticos con quienes piensan distinto de nosotros. Por otro lado, si para generar más tiempo de pantalla, las redes nos exponen a las publicaciones más avinagradas de ideologías que odiamos, empezamos a construir una imagen caricaturizada de nuestros oponentes, fomentando reacciones radicales. Ya no separamos a los problemas de las personas, ni a las ideologías de los individuos, y podemos terminar viendo a un amigo de antaño como un enemigo.
En resumen, es así como confluyen la falta de contexto, nuestro morbo, y el diseño de las redes sociales, como factores que pueden hacernos más agresivos online. Quizás los puntos desarrollados permitan comprender mejor por qué hemos testimoniado tantas polarizaciones en los últimos procesos electorales en Estados Unidos y Brasil (junto con el escándalo de Cambridge Analytica) o las revueltas sociales en Chile en 2019, la crisis política peruana de los últimos 4 años, la pandemia del Covid-19, la reciente muerte de George Floyd, y el destrozo de estatuas. Si este breve artículo ayuda a alguien a ser un mejor usuario de redes sociales, me doy por bien servido.
Foto: https://fightthenewdrug.org/