En 1889, a orillas del Mar Rojo, una hambrienta nube de insectos voladores cubrió 5,000 km2 de poblados y cultivos (un área más grande que toda la región Tumbes, que cuenta con 4669,20 km2), con un estimado de 250 mil millones de langostas migratorias, capaces de devorar 200,000 toneladas de alimentos por día. Los «días malos», de 1889 a 1892, fueron el resultado directo de una epidemia de peste bovina contraída por las vacas que importaron los italianos, seguida de una sequía y la plaga de langostas. Esta situación, de por sí catastrófica, se agravó con las guerras del siglo XIX y la codicia de los príncipes de los feudos.
¿Por qué en el Perú pandémico de hoy nos puede interesar lo que en ocurrió en Etiopía hace 130 años, y qué relación tiene con el Mar Peruano de Grau? Porque en la actualidad, concentrados como estamos en el desarrollo del Covid-19, perdemos de vista las otras dimensiones de nuestro entorno en las que se pueden desencadenar escenarios catastróficos a futuro si no actuamos ahora. Podemos pasar de tener la oportunidad a la mano, a sufrir la nostalgia del mendigo holandés extrañando el banco de oro. La historia nos enseña que los males no vienen solos, y se repiten. En Perú, por ejemplo, en 1964 se registró una invasión de langostas migratorias (Schistocerca piceifrons peruviana) en la provincia de Huanta, que cubrió 525 km2 de terrenos, aparte de la que asomó en el Norte peruano post Niño 82-83; mientras en el continente africano, en marzo de este año 2020 pestífero, se reactivaron varios enjambres migratorios que amenazan la seguridad alimentaria de 14 millones de personas en Somalia, Etiopía y Sudán del Sur. En el Perú, la plaga de langostas no está erradicada, las distintas especies de insectos asoladores solo están contenidos, en una latencia biológica que solo espera la tormenta perfecta para activarse.
Seguridad alimentaria y recursos estratégicos
El peor resultado de una peste, plaga, desastre natural, o de la corrupción en última instancia, es la muerte de seres humanos. La fragilidad de nuestro sistema sanitario frente a un virus ha generado, y sigue generando muertes.
En ese sentido, si hablamos de seguridad alimentaria, vivimos en un país con una agricultura hipersensible a las variabilidades hídricas, en donde más de la mitad de los pequeños productores (54,7% en el 2017) ni siquiera aplican riego en sus chacras, dependen de lo que les caiga del cielo. Mientras que en la costa peruana se concentra alrededor el 58% de la población (INEI 2017) pero solo cuenta con alrededor del 2.2% del total de agua aprovechable que se produce en el país. Si nos referimos a los bien logrados cultivos tecnificados de agroexportación en los arenales costeros, sí, generan puestos de trabajo y divisas, pero también son claramente vulnerables a un evento extremo de El Niño o a episodios de lluvia repentina como la que ocurrió la noche del sismo de Pisco del 2009. La misma fragilidad se evidencia en nuestras carreteras cada año, durante la época de lluvias andinas y norteñas de diciembre a marzo, cuando se interrumpen las vías y se cortan los suministros de alimentos hacia Lima y otras metrópolis.
Visto así, es un escenario de cuidado, peor en plena pandemia, pero afortunadamente nuestro Perú es un país privilegiado, que cuenta -en lo que se refiere a seguridad alimentaria y recursos estratégicos- con un aliado biológico, inmune a plagas terrestres, pestes humanas, sequías, inundaciones e incendios: nuestro Mar. O mejor dicho, nuestros Mares.
Oportunidad Histórica: Reserva Nacional Mar Tropical de Grau y Reserva Nacional Dorsal de Nazca
Con 3,000 kilómetros de litoral en el Océano Pacífico, nuestro territorio es bañado por dos corrientes o mares, la fría y rica en nutrientes de Humboldt que viene del Sur, y la caliente del Mar Tropical del Pacífico que viene del Norte. Donde se juntan y confluyen estos dos ecosistemas marinos, propician una abundancia de especies que es sustento monetario y proteico de millones de peruanos, y base de buena parte de la gastronomía local basada en recursos marinos. Los langostinos, langostas, meros, conchas negras, cachemas, y otros insumos de las cebicherías novoperuanas, solo vienen del mar de Piura hacia arriba: Reserva Nacional Mar Tropical de Grau.
Así mismo, sumergidos en las olas del Centro Sur del país e inmersos en la abundancia de la corriente de Humboldt, unos montes submarinos de origen volcánico recorren el fondo marino, y sirven de plataforma para que afloren los nutrientes y así generar una rica y hasta ahora inconmensurable biodiversidad marina que todavía no ha sido suficientemente estudiada: Reserva Nacional Dorsal de Nazca.
Estos dos proyectos de Reservas Marinas dependen exclusivamente de la aprobación del Consejo de Ministros. Si el Estado peruano insiste en mantener territorialidad en las 200 millas adyacentes a nuestra costa, lo cual, de ser una intención cierta, implica una gran responsabilidad, ¿qué esperan el Presidente, el Premier, y la Ministra del Ambiente para de una buena vez poner en agenda este tema prioritario para garantizar el acceso a todos los peruanos de un recurso estratégico?
Inclusive, en abril de 2019 la Defensoría del Pueblo insistió «en la necesidad de aprobar la creación de la Reserva Nacional Mar Tropical de Grau, en la zona marina que comprende la Isla Foca, Cabo Blanco-El Ñuro, ubicada frente a los litorales de Tumbes y Piura».
Por eso pensamos que para fortalecer nuestra seguridad alimentaria debemos alejarnos del mar, y volcarnos al mar; a la misma vez. Esto puede sonar contradictorio, pero en la práctica es lo que nos vamos a ver forzados a hacer si, como en estos tiempos, sigue el inevitable incremento del nivel de los océanos y seguimos agotando los bancos de peces y desertificando los océanos a nivel mundial.
A nivel mundial las amenazas que enfrentan los océanos son diversas: acidificación, contaminación industrial y por desagües domésticos, sobrepesca, eutrofización, etc. A nivel local, los residuos domésticos y hospitalarios, y ahora la creciente modalidad de delivery y recojo de alimentos que está generando un nuevo tsunami de desechos plásticos que pasan de los ríos terminan en el mar.
Por ello debemos alejar nuestros desagües de ríos y playas, debemos alejar nuestras industrias de desembocaduras de playas, y también alejar nuestros desechos plásticos de las fuentes de agua y costas, y alejarnos de viejas prácticas comerciales anacrónicas como la producción de harina de pescado para consumo animal.
Si como nación nos atribuimos la labor de ser los guardianes de una de las reservas de alimentos más grandes del planeta, y a la vez nos despreocupamos y contribuimos a la muerte de los océanos, eso es el equivalente a estar trabajando para propagar una pandemia futura, sobre todo en un país con el mayor consumo de pescado per cápita a nivel regional. De acuerdo al ranking del Banco Mundial, el Perú ocupa el puesto 138 a nivel mundial y el último de la región sudamericana, en la protección de áreas marinas. Al acecho están los piratas sin bandera que depredan las aguas internacionales, como las flotas factorías chinas que pescan sin autorización en los litorales sudamericanos.
Por eso es de capital importancia insistir en que la Reserva Nacional Mar Tropical de Grau y la Reserva Nacional Dorsal de Nazca se conviertan en realidad, y permitan desarrollar la mayor reserva de proteínas de nuestro país, en beneficio y en previsión de un escenario de una posible hambruna regional o mundial. Pero este paso no es suficiente para garantizar una adecuada gestión de nuestro territorio marítimo. Es necesario arriesgarse e innovar: destinar más recursos a las ciencias y a la investigación oceanográfica y pesquera; volcar más profesionales de diversas ciencias a estudiar y desarrollar las potencialidades de nuestros dos mares; financiar más expediciones científicas que estudien la superficie y los fondos marinos estratégicos como la Dorsal de Nazca; ser creativos a la hora de proponer planes para el monitoreo y vigilancia de nuestros recursos marítimos, como exigir una renovada red de boyas hidrometereológicas, o apostar por la vigilancia satelital y a través de drones aéreos; estimular a las universidades que desarrollen programas para diseñar y construir embarcaciones y sumergibles autónomos que faciliten las labores de patrullaje, y que necesariamente funcionen con energías renovables.
Porque con una Marina de Guerra concentrada en la lucha anti-subversiva y anti-narcóticos en la zona selvática del VRAEM y aledaños, es poco probable que se efectúe una eficiente vigilancia, monitoreo y control de nuestras aguas territoriales. La única manera posible es destinar recursos, voluntad política y participación ciudadana para lograrlo. Insisto, el mar es nuestro aliado, tan así que cuando las langostas voladoras cuando caen al mar, son devoradas por los peces.
Foto: Michael Tweddle (http://www.tweddlefoto.com/)
Fuente : Actualidad Ambiental
1 https://news.un.org/es/story/2020/03/1471322
2 https://www.senasa.gob.pe/senasacontigo/inei-uso-de-riego-tecnificado-aumento-en-pequenos-y-medianos-productores/