La mortalidad en las zonas forestales ibéricas aumenta del mismo modo que disminuye su regeneración y crecimiento
“Nuestra medicina está enferma”. Estas son las palabras de Joaquín Araújo cuando habla de los árboles de la península ibérica. Según cuenta el ecologista español, los bosques son los que pueden curar al planeta frente al cambio climático, pero su estado deja mucho que desear. El periodo de actividad del árbol aumenta, ya que la época de calor se alarga, mientras que el acceso a nutrientes se complica y disminuye su capacidad reproductiva. Un nuevo estudio publicado en Global Change Biology lo confirma y demuestra que la mortalidad de los bosques ibéricos aumenta del mismo modo que disminuye su regeneración y crecimiento.
Además, el efecto del cambio climático no es continuo en el tiempo, por lo que dificulta la modelización y el pronóstico de los acontecimientos que sufrirá la flora española en los próximos años. “Esto es lo más novedoso de nuestro trabajo. Hemos encontrado que el 80% de las interacciones eran inestables”, asegura Julen Astigarraga, principal autor del estudio e investigador del Grupo de Ecología y Restauración Forestal de la Universidad de Alcalá. “Es posible que en un primer momento el aumento de temperatura beneficie al árbol, y que poco tiempo después ocurra lo contrario y sobrepase un umbral”, explica. En el estudio han encontrado que este fenómeno depende del grupo funcional. Para los bosques deciduos de hoja ancha, los efectos son más estables y las alteraciones no superan el 50%, mientras que para los gimnospermas (árboles productores de semillas), varía mucho más.
El trabajo recopila datos nacionales de 30 años y de más de 230.000 árboles y demuestra que desde la década de los ochenta, los bosques ibéricos tienden a ser más densos, más homogéneos y estar formados por ejemplares de mayor tamaño. “Nosotros esperábamos a que los bosques fuesen más vulnerables ahora que hace unos años. Siguen tendencias muy parecidas a los bosques del hemisferio norte, como en Canadá, Estados Unidos y otros lugares de Europa”, compara el autor del estudio.
Sin embargo, lo que cambia de los bosques de la península y del Mediterráneo es que han sido utilizados durante milenios. “Lo que tenemos hoy es una consecuencia de esa gestión del pasado, de esos efectos legado”, cuenta Astigarraga. El abandono de la gestión forestal deja espacios para crecer y los terrenos agrícolas, la presencia de fertilizantes. Todo ello provoca una alta densidad de ejemplares que da lugar a lo que llaman “competencia”. En definitiva, al ser tantos, los árboles quieren crecer y se roban la poca agua que queda.
Las políticas de reforestación se hicieron con especies exóticas, no aclimatadas a los factores ecológicos que regulan los bosques. “Están lejos de su óptimo climático lo que significa que de partida son más vulnerables. Son del mismo tamaño y genéticamente muy parecidos. Son demasiado homogéneos y es un gran problema en cuanto a transmisión de enfermedades. Es crucial, en nuestros modelos, tomar en cuenta la estructura forestal”, alerta.
Factores y soluciones
Auraújo ha sido testigo de la decadencia de los bosques a lo largo de varias primaveras. Ve cómo sus árboles sufren. “Al haber mucha insolación y menos agua, los árboles padecen defoliación. Es tremendo”, testifica. Aunque haya más árboles en los últimos decenios, tienen menos hojas y las pierden más pronto porque necesitan humedad. La caída de las hojas calienta el suelo y, por lo tanto, comienza un círculo vicioso.
La solución que propone el estudio de Astigarraga frente a todos estos problemas que se juntan es reducir la competencia, o, en otras palabras, cortar árboles. Araújo apuesta más bien por plantar las especies que pueden sobrevivir al nuevo clima y al autor del estudio le interesa esta propuesta: “Es verdad que si queremos adaptar estos bosques al cambio climático es importante, además de estas reducciones, partir con las especies autóctonas que llevan acostumbradas al clima desde milenios y no introducir unas extranjeras”. En definitiva, como dice Araújo: “Hay que curar la medicina para que nos cure a nosotros”.
Francisco Castañares, presidente de la Asociación Extremeña de Empresas Forestales y del Medio Ambiente, está muy de acuerdo con el estudio, las soluciones que propone y reitera que estamos en una situación muy preocupante. Pero a él, lo que más le interesa, es ver qué se puede hacer. “Hay que centrarnos en gestionar los bosques maduros y ordenar el paisaje, abrir espacios al monte para evitar la continuidad de la cubierta vegetal que ayuda a propagar incendios y plagas y realizar aprovechamiento”, enumera. “También es esencial extraer los excedentes de vegetación. En España se amontonan dos toneladas cada año de combustible forestal, si no la extraemos, se secará cada vez más”, explica. El experto insiste en que todo esto no es tanto un problema de las especies, sino de falta de ordenación del paisaje. Castañares aconseja intercalar espacios abiertos, volver al mosaico que había en el pasado y así se crearán unos ecosistemas mucho más resistentes.
Limitaciones
Eduardo Rojas Briales, decano del Colegio de ingenieros de Montes y antiguo director del departamento forestal de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), reconoce que el estudio tiene muchas ventajas, ya que cubre toda España, entre otras cosas, pero también tiene varias limitaciones a tener en cuenta. Una de ellas es el método para valorar el agua disponible. “Todas las variables son altamente condicionadas por la densidad arbórea, la gestión y la pendiente, factores que este estudio no considera”. El ingeniero de montes subraya que si el 50% de una precipitación de 800 milímetros cae en pocas horas al año y sobre fuertes pendientes, se pierde, algo que no ocurre en el Cantábrico, ya que la cantidad se distribuye en muchas horas de lluvia. “Tampoco se valora los años peores que son los que generan la mortandad más que la media”, añade. El especialista insiste en que el entorno estudiado ha vivido un potente hundimiento rural, una expansión por culpa de la acción u omisión de la vegetación forestal, con lo que pide cautela a la hora de aplicar metodología desarrollada para bosques no alterados por el ser humano.
Fuente: El País