Henry Hanson, un médico americano graduado en el famoso centro universitario Johns Hopkins y que se convirtió en perito en combatir paludismo y fiebre amarilla en la Zona del Canal de Panamá, fue contratado por la Fundación Rockefeller, en 1919, a pedido del gobierno peruano. Esa corporación filantrópica estuvo interesada en eliminar las epidemias en aquellas zonas del globo con enfermedades que constituían un freno a la prospección de petróleo. Al llegar Hanson a Lima, después de combatir con éxito la endémica malaria del valle de Lima, tuvo que ser urgentemente enviado al norte. Estaba devastando la fiebre amarilla a las poblaciones de Piura, Paita, Chiclayo y amenazaba extenderse a Trujillo. Los grandes consorcios de algodón estaban en peligro de pérdidas económicas si el Puerto de Paita se cerrase por dicha causa.
A la semana de llegar Hanson a Piura contrajo la fiebre amarilla. Sobrevivió de milagro luego de estar agónico por varios días. Como si esto fuera poco, en Paita se presentó, junto con la peste amarilla, la mortífera peste bubónica con las ratas como las culpables. Él, otra vez, fue el encargado de combatirla. Como era lo aconsejable mandó fumigar las precarias chozas. El gas expelido por las bombas se salía por las rendijas de las cañas y las ratas seguían acompañando a sus “amos”: los perros, los malvados gatos y los humanos. Hanson incrementó la concentración del gas venenoso. Lo único que consiguió fue matar a dos obreros fumigadores. La opinión pública, azuzada por la izquierda radical, que ya comenzó a organizarse, achacó al gobierno su indiferencia.
Hanson se vio obligado a volver a Lima y pedir audiencia con el presidente Leguía. Cuenta en su libro The pied piper of Perú (El Flautista del Perú) los detalles de la entrevista. Dicho sea de paso, esa obra debería traducirse al idioma español, por la amena e imparcial observación de la vida diaria del Perú en esos años (al salir de Palacio, un malandrín le robó su reloj al escape en la Plaza Mayor). El hecho es que el Presidente escuchó el relato que ese experto le hizo sobre la lamentable situación de la lucha contra la peste bubónica. Le pidió la solución: Esa consistía en ¡Incendiar Paita!. No había otra manera de eliminar a las malditas ratas, porque se refugiaban en las malditas chozas y los malditos habitantes se negaban a dejar sus miserables pertenencias.
Hanson, que no era un loco incendiario, presentó un plan para eliminar la epidemia. Primero construiría unas viviendas multifamiliares, de ladrillo y cemento, sin posibilidad de que las ratas anidaran allí. Esos galpones tendrían los servicios necesarios para ofrecerles una vida más higiénica. Una vez desocupadas las pobres viviendas, procedería a convertirlas en cenizas. Con un estricto planeamiento, manzana por manzana, abriría zanjas alrededor de cada una para llenarlas con troncos de algarrobo. Prender fuego con el petróleo de la London Pacific de Zorritos. Luego, los anteriores obreros fumigadores fueron convertidos en cazadores; los que, armados de garrotes, ultimarían a las pocas ratas que lograsen saltar sobre el fuego. Leguía, el mismo día de la entrevista, sin dilación llamó a sus ministros, el de Fomento y el de Hacienda, para dotar a Hanson de los recursos necesarios hay que recordar que en esos días despachaban los ministros en el propio Palacio de Gobierno). El Ejército y la Policía estarían a sus órdenes para que a punta de bayoneta se trasladase a los renuentes ocupantes y dejasen atrás a las ratas. Todo esto se cumplió, de acuerdo con lo descrito en el libro antes mencionado. Dicen que los galpones que Hanson construyó aún existen en Paita y que ahora son refugio de maleantes.
Hanson sin quererlo demostró que la peste bubónica, en el siglo XX, ya no era una enfermedad que por igual atacaba a pobres y ricos, ya que, en la antigüedad, no figuraban las comodidades de la higiene como un componente del buen vivir de los ricos. Ahora, la mala vida higiénica es patrimonio de la pobreza. En la presente epidemia de peste bubónica, los médicos “salubristas” no dan la receta de cura radical. Hay que incendiar la pobreza, porque esa es la única receta posible. Al otorgar a todos los peruanos que están en riesgo de contraer enfermedades ligadas a los componentes que generan esas enfermedades, como falta de un salario o ingreso económico para vivir decentemente, seguros de desempleo, vejez, viudez, educación de calidad. Eso a los hijos, se combate a toda clase de ratas, a las de rabo largo y, principalmente, a las de cuello y corbata.
Menudo problema el de los salubristas. Distribuirán los más modernos medicamentos, en flamantes hospitales plenos de elegantes médicos y bellas enfermeras, fumigarán con las modernas técnicas, pero las ratas seguirán con los pobres, intercambiando mendrugos y pulgas.
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