Hace poco recordé mi paso por el sector público entre el 2000 y el 2007. Mi experiencia fue radicalmente opuesta a la que se puede desprender de las noticias, en las que se evidencian las enormes deficiencias del Estado peruano. Pocas veces he trabajado con personas tan capaces y motivadas. Eso es por el lado puramente profesional. El sector público también me sacó de la burbuja de limeño de colegio particular y me puso en contacto con otro pensamiento místico.
A los 2 meses de iniciar mi función en el Ministerio de Economía y Finanzas, en la puerta del edificio del MEF los pensionistas hacían una protesta con la consigna “no al cajero automático” para el pago de sus pensiones. El cajero era optativo, vale aclarar. Poco después mi empleador decidió enviar un junior –yo- a un “foro sobre inversiones” en Huancabamba, una ciudad de la sierra a 15 horas de Piura. El foro era una reunión con unas 400 personas en el estadio municipal. El alcalde, la diócesis católica de Jaen y otras autoridades dieron discursos contra el proyecto minero Majaz. La reunión avanzó con un chamán que sostenía una espada afilada y que nos escupía agua y hechizos gritando “fuera minero”. La presentación sobre inversiones que cándidamente había preparado en mi oficina se redujo a lo mínimo.
Casi 20 años después en Lima, una ciudad de 10 millones de habitantes, las redes sociales están inundadas de medicina alternativa (es decir, no-comprobada por la ciencia), prometiendo a la clase alta remedios New-Age frente al cáncer, a la pandemia y al mal de amores, con rezos, mantras, piedras, flores, vibras, imposiciones de manos, imanes y demás artilugios. En Huancavelica, pobladores secuestran a ocho ingenieros de telecomunicaciones, justificándose en el mito que relaciona las antenas con la trasmisión de coronavirus, quedando 20 distritos incomunicados. Lo de Huancavelica no es tan diferente al mito que promueve con éxito el cantante Miguel Bosé en España, según el cual, el Covid 19 es producto de «una operación de dominio global» para implantar la tecnología 5G. El pensamiento místico está vivito y coleando.
Por pensamiento místico o misticismo me refiero al sometimiento humano a creencias para las cuales no hay evidencia comprobable ni prueba racional. El misticismo supone que los seres humanos debemos renunciar a nuestra objetividad y a la formación de nuestras propias conclusiones. Supone también que reconozcamos a los sentimientos y emociones como una fuente de conocimiento, en sustitución de lo que podamos obtener mediante los sentidos y del proceso mental voluntario llamado pensar. Esta es una definición de la filosofía objetivista.
El historiador israelí Yuval Noah Harari tiene una valoración positiva del misticismo. Sostiene que los mitos han sido clave para facilitar que los homo sapiens cooperemos –voluntaria o involuntariamente- en grandes números y de manera flexible. Esta cooperación ocurre a partir de creencias compartidas, lo que a su vez ha sido determinante para que seamos la especie dominante en el planeta. Ejemplos de pensamiento místico colectivo para el autor: la religión, el dinero, la nacionalidad y las corporaciones (definidas como ficciones jurídicas por el Derecho). En la práctica, a una corporación canadiense le será sencillo entablar una relación de negocios con otra corporación canadiense en Dólares canadienses bajo ley canadiense. Harari dice que el pensamiento místico colectivo ha acompañado a la humanidad durante sus más de 100 mil años de historia y lo va a seguir haciendo por mucho más tiempo.
Tomo el optimismo de Harari con una pizca de sal, como dicen los anglosajones. Al margen de la utilidad de algunos mitos, me voy a referir a los mitos que resultan inocuos y a los mitos que resultan malos, según sus consecuencias. Serán mitos inocuos la dieta de pescado en determinadas épocas del año, la visita a un lugar sagrado una vez en la vida o darse un baño purificador en una cascada helada, entre tantos otros. Serán mitos malos o malvados los que resulten en daños. Por ejemplo, estos mitos: las vacunas causan autismo, las mujeres del enemigo son violadas y deben casarse con sus violadores, existen grupos humanos inferiores que no deben realizar determinadas actividades, no formar familias y vivir en guetos; y que la pandemia que nos aqueja desaparecerá milagrosamente cuando suba la temperatura o cuando nos inyectemos lejía (Trump dixit).
Que los mitos se infiltren en la Ley puede generar discusiones sobre la naturaleza objetiva o subjetiva de la Ley y su consecuente moralidad. Pero que los mitos malos, los dañinos, los malvados, se infiltren en la Ley puede llevar a resultados terribles en gran escala. Miremos los mitos que originaron la persecución de los judíos, los gulags, la revolución cultural y el Pol Pot, todos genocidios ocurridos en el siglo XX bajo el amparo de la Ley de ese momento. Más recientemente, los sudafricanos blancos creían en su superioridad frente a los sudafricanos negros. El efecto devastador de este mito se materializó en las leyes del apartheid. Este efecto nocivo ocurre pues la Ley es la herramienta de quienes detentan el poder para imponer sus mitos mediante el ejercicio de la fuerza física.
Lo anterior preocupa cuando vemos el resurgimiento de mitos que creíamos olvidados, con comprobados resultados dañinos, que se infiltran en la Ley. Concretamente, en nuestro país, vemos: los controles de precios funcionan, el Perú tiene una economía neo-liberal (a pesar que rankea a media tabla en libertad económica), las economías escandinavas son socialistas (a pesar que rankean en los primeros lugares de libertad económica), el socialismo ha resultado donde se ha puesto en marcha, los empresarios son intrínsecamente malvados, sólo el Estado es capaz de satisfacer las necesidades sociales, los que alguna vez fueron oprimidos pueden desconocer los derechos de los demás, la religión es merecedora de beneficios pagados por los contribuyentes; y las creencias culturales o costumbres están por encima de la vida o la integridad (permitiendo la impunidad en casos tan aberrantes como lesiones y delitos sexuales contra niños ). Estos mitos son populares y vienen impulsados por una retórica eficaz.
¿Cómo reaccionamos los supuestamente racionales frente al misticismo que infecta la Ley? Pues con una torpeza e ingenuidad dignas de que nos pase todo lo malo que nos pasa. Así, los empresarios pedimos al místico gobierno peruano que “cambie el libreto”, los liberales retan a los místicos a una “batalla de las ideas” en la que serán recibidos con falacias argumentativas, y los técnicos someten los datos duros al escrutinio del palabreo emotivo. Estaremos equivocados si creemos que el territorio de la supuesta batalla por una Ley racional son los foros académicos, intelectuales o gremiales. El territorio en un sistema en el cual los votantes designan a los creadores y administradores de la Ley, es la elección democrática. Y los votos, como muchas decisiones humanas, son guiados por emociones, sentimientos o inclusive caprichos. Esto es conocido por los astutos populistas que, tras la caída del Muro de Berlín, cambiaron las armas por las urnas.
Debemos darnos cuenta que si nos mantenemos al margen de la política estaremos a merced e incertidumbre de los mitos y de su infección en la Ley. A menos que nos involucremos seremos afectados por el misticismo. La paradoja ocurrirá cuando debamos defender la causa racional en el territorio irracional de las elecciones. Pero a pesar de la paradoja, lo irracional no es desconocido para la mente racional. Allí están los psicólogos, los comunicadores, los relacionistas públicos y los antropólogos. Ellos saben mejor qué cosa hacer para que la causa racional ingrese “en los corazones” de los votantes. Por definición la causa racional será verdadera y basada en la realidad y la lógica. Manos a la obra pues los místicos ya tienen sus propios expertos.
Foto: Un chamán prepara una bebida con ayahuasa en Brasil. Reuters.