A las 9 de la mañana, hace pocos días, escuchaba a unos periodistas que comentaban las recientes normas para hacerle frente al temido Covid19. Me sorprendí, igual que ellos, con algunas medidas. Resultaban curiosas. Por ejemplo, decían que sólo autorizaban a nadar en mar abierto. Interesante. ¿Cómo llegas a mar abierto si no es nadando desde la orilla?, me pregunté. Acto seguido escuché que jugar golf sería uno de los deportes permitidos. ¿Dónde alguien podría jugar golf si los clubes están cerrados?, me cuestioné. Además, ¿quién juega golf? ¿Regularían también las partidas de bridge? Pero, en fin.
Sin embargo, antes de comenzar a cuestionar la veracidad de la información que vertían a mis oídos estos periodistas, decidí tomar distancia. Para ese momento la reglamentación gubernamental perdía importancia. Más interesante me resultaba pensar acerca de las particularidades que tenemos como peruanos. Comencé a pensar acerca de todas nuestras dualidades y contradicciones, de nuestros contrastes. Contrastes reflejados en todas partes. Encarnados en la geografía, en nuestra cosmovisión, en nuestro lenguaje y hasta en la comida misma. Me resultaba estimulante pensar acerca de nuestra idiosincrasia que creo que es bastante original. Para empezar, pienso que en dualidades, contradicciones y puntos de vista diferentes nadie nos gana. Acá voy a repasar algunos hechos.
Por ejemplo, nuestro “aquisito no más” es un clásico. Camuflado de que falta poco para llegar a tu destino, en realidad esa respuesta puede significar un periplo por delante de horas o hasta de días. O nuestro grito de alerta “suave, suave” que confunde a los extranjeros cuando les avisamos de algún peligro. Nuestra forma de hablar nos pinta un entendimiento del espacio-tiempo relativo, complejo y distinto. Pensamos fuera de la caja podrían decir algunos innovadores. Puede ser. De hecho, debe ser una suerte de herencia de nuestros antepasados. Por ahí leí que cuando se pruebe que los quipus son la escritura prehispánica de los Andes, seríamos los únicos con una escritura en tres dimensiones. Ninguna civilización ideó algo similar. Increíble. Sobresaliente. Debe ser innato en nosotros pensar así supongo. Es que en Perú también entendemos algunas cosas de forma particular. Acá el “gil” no es el tonto, sino más bien tu enamorado y si decimos “gila”, nos referimos a la contraparte femenina. Y cuando decimos “pendejo”, en su forma de adjetivo, los peruanos nos referimos a una suerte de astuto y taimado socarrón. En la mayoría de países de Latinoamérica se usa esa palabra para referirse más bien a lo opuesto: a un pusilánime cobarde y tonto. Y así podríamos hablar de muchas palabras de uso único en el Perú que suelen generar situaciones originales y hasta a veces accidentes.
En lo que respecta a nuestra geografía también está llena de situaciones notables y contradictorias. Por ejemplo, en Lima, una ciudad cerca al ecuador, hace frío. Estamos en el desierto, pero es una ciudad con casi 100% de humedad. Asimismo, si ves una nube oscura no es sinónimo de lluvia, y si llueve, esconde tu carro que probablemente la lluvia en vez de limpiarlo te lo embarre. Y nuestra sierra no se queda atrás. Los incautos extranjeros al ver el sol salen de sus casas despojados de abrigo y, al cobijarse del ardiente sol bajo la sombra, se pelan de frío. Nuestras montañas, a pesar de que reciben lluvia, no tienen vegetación de gran tamaño. Sin embargo, en las mismas crece la fascinante Puya Raimondi que tiene la inflorescencia más grande del planeta produciendo cerca de 5,000 flores. Nuestro desierto, que aparenta ser un lugar inerte y hostil, es más bien, solapadamente, el vivero perfecto, el edén para casi todos los cultivos. Tenemos los mayores rendimientos por hectárea potenciales del mundo en prácticamente todos los tipos de plantas. Por el lado opuesto, nuestra selva, aparentemente con suelos ricos, cuando la talas y/o quemas, se transforma en un lugar sin vida casi para siempre. Pareciera que somos terreno fértil de experimentos de la naturaleza. Y eso nos ha marcado seguramente. Tal vez.
Y en ese momento que me acordaba de los desiertos de Ica, comenzaron a venir a mi mente como en una avalancha muchos de los contrastes que nos definían… Eran muchos, eran miles y no paraban de venirme en desorden y desde diferentes direcciones. Sembramos arroz y espárragos conocidos por “tragar agua” en uno de los desiertos más áridos del mundo. Construimos islas de totora que flotan en Puno. A nuestros pingüinos no les gusta la nieve. Tenemos perros que no tienen pelo, pero tienen cerquillo. Tenemos caballos de paso, pero no caminan como los demás, son los únicos equinos que tienen paso lateral. Tenemos la fibra más cara del mundo, la fibra de vicuña, pero no intentamos domesticarla, para qué si hacer los chaccus es más bonito. Tenemos inmensos yacimientos de gas natural en Cusco, pero no dotamos a la ciudad imperial de una red de gas, seguramente podría ser peligroso. Tenemos una gran ciudad en la selva como Iquitos, pero a pesar de haber tenido mucho dinero con la fiebre del caucho, nunca se unió con la costa, así el peregrinaje es más introspectivo. Tenemos grandes fábricas de harina de pescado que queman miles de toneladas métricas de anchoveta al año, pero comemos pollo. Tenemos pocos italianos, pero somos después de Italia el país que consume más panetón por persona al año. Tenemos turistas gastronómicos que vienen a probar nuestro ceviche desde otras latitudes, pero si vienen de noche, no se lo servimos. Tenemos el maní más antiguo del mundo, pero en nuestros bares sólo se come canchita. Tenemos plantaciones de coca milenarias, pero la Coca Cola nunca pudo con la Inca Kola. Tenemos una guerra comercial por el pisco, pero en realidad en el Perú se consume relativamente poco, esto es una lucha de principios. Tenemos miles de variedades de papa, pero nos gusta a veces importarla. Tenemos el honor de haberle regalado al mundo el milagro de la quinina, pero hoy no tenemos hidroxicloroquina. Tenemos todos los maíces que hay en el mundo, pero nos aburrimos y decidimos hacer el maíz morado para preparar chicha. Tenemos el primer puesto en producción de oro en América Latina, pero no nos gusta exportar tantas joyas, para qué apoyar el consumismo. Tenemos reservas de agua para abastecer a varios países juntos, pero no tenemos una red de agua potable para todos, nos gusta que el agua llegue en camiones a la puerta. Tenemos un Poder Judicial que siempre vacaciona, pero nuestros corruptos trabajan a doble turno. Tenemos semáforos inteligentes para dirigir el tránsito, pero en Perú nos parece más elegante que los policías sigan haciendo esa labor. Tenemos vehículos policiacos de primer nivel, pero no los mantenemos, los reponemos. Tenemos los centros históricos más bellos y únicos de la región, pero no los ponemos en valor, estamos esperando que se caigan para edificar unos más hermosos. Tenemos quebradas que deberían ser intangibles, pero a nosotros nos gusta construir en ellas y desafiar el destino. Tenemos grandes joyas arquitectónicas como Chan Chan, Kuelap, Cahuachi o el Coricancha, pero a nuestros Incas no les bastó y construyeron Machu Picchu. Tenemos dos réplicas exactas de “La Piedad” de Miguel Ángel en Puno, pero no las exponemos para que la gente pueda admirarlas en Italia. Tenemos a Caral, una de las 5 ciudades más antiguas de la tierra, pero la única que se construyó sin tener como razón de ser una necesidad bélica. Tenemos escasez de agua en Lima, pero tenemos el Circuito Mágico de las Aguas que ha ganado un récord Guinness. Tenemos vías exclusivas para bicicletas, pero doblan en noventa grados sin aviso. Tenemos pocos jugadores de fútbol en la liga española, pero Luis Advíncula anotó el primer gol cuando se levantó la suspensión por el coronavirus. Tenemos pocos títulos en el deporte más popular del mundo, pero inventamos “la chalaca”, su jugada más sublime. Tenemos el lujo de haber tenido al padre de la aeronáutica mundial, Pedro Paulet, pero en el Perú nunca hicimos una avioneta, con ser los padres nos bastaba. Tenemos a los inventores del Punk, pero en esa época a la gente le gustaban los boleros. Tenemos la suerte de haber tenido a Santiago Antúnez de Mayolo quien descubrió el neutrón y el antielectrón, pero no reclamamos cuando les dieron el Nobel a otros científicos por demostrar lo que él había predicho. Tenemos afición por todo tipo de música, pero cuando detectamos que al flamenco le faltaba algo le dimos sin pedir nada a cambio el cajón a Paco de Lucía. Tenemos mucha pobreza, pero a pesar de las traiciones que hemos sufrido, cada vez que un país hermano ha estado en aprietos a su ayuda hemos acudido. Tenemos salarios bajos, pero es porque por ahí dicen que la plata viene sola. Tenemos puentes que no se caen por nada, pero sólo a veces se desploman. Tenemos juramentos por la Patria, pero como es tan sagrada algunos prefieren jurar por la plata. Tenemos tantas cosas singulares que cualquiera diría que este país no tiene mucho sentido, pero se equivocan, sí que lo tiene. Sólo que el sentido en el Perú cobra otra dimensión, otra escala de medidas, todo es relativo.
Y luego de pensar me di cuenta que éramos tan únicos que dejó de sorprenderme lo que en la mañana llamaba mi atención. En nuestro país es de lo más normal que se deje jugar golf sin canchas o que tengas que sortear la orilla para llegar a altamar. Ya en la noche ese día tampoco me sorprendía que, en los noticieros, en plena algarabía, inyectaran a una gallina blanca llamada “Esperanza”. Decían que sus huevos van a dar la vacuna para el Covid19. Decían que, con una certeza de 95% de probabilidad, luego de los procesos científicos respectivos, al inhalar su yema quedaríamos vacunados. Quién sabe, tal vez tienen razón. Siendo como somos, actuando como actuamos ¿por qué no creerles? Seguro inventamos la vacuna y luego la vendemos para después volverla a comprar. Después de todo, para nosotros los peruanos, eso sí tendría estilo.