Cultura y Turismo: Una relación simbiótica

La palabra simbiosis se puede rastrear hasta el griego antiguo que usaba Demóstenes y Aristóteles. Hace más de 2,000 años estos eruditos utilizaban el verbo symbioun para referirse a la condición o estado de “vivir juntos”. Hoy por hoy esta palabra, luego de sus propios e históricos vaivenes, materia de lingüistas seguramente, se entiende, por lo general, como la relación íntima entre dos especies que deriva en algún beneficio mutuo. Y en el mundo animal hay muchos ejemplos, pero casi ninguno tan impactante, por lo menos para mí, como la relación simbiótica que teóricamente tiene el enigmático tiburón de Groenlandia y un pequeño copépodo (un crustáceo) a decenas de cientos de metros de profundidad en el mar Ártico.

La curiosidad radica en que este gigante de los mares helados (mide entre seis y siete metros) no mantiene una relación simbiótica, como lo suelen hacer los tiburones, con los peces llamados “limpiadores” que se comen justamente a estos incómodos crustáceos. Mas bien el tiburón boreal escogió tener una relación con un copépodo que se instala en su córnea y le destroza el ojo, se lo come. Increíble, lo deja casi ciego y al gran tiburón parece no interesarle. Entonces la pregunta que salta a la vista es, ¿qué beneficio obtiene el vertebrado más longevo del mundo de que le coman el ojo? Porque acá no está en discusión que el copépodo seguramente debe disfrutar.

Algunos científicos dicen que esta relación inviable se explica por varios motivos.

En primer lugar, hay que entender que “El Rey de los Mares Helados”, como le llaman algunos, es extremadamente lento y no puede capturar a sus presas preferidas ya que le duplican la velocidad.En segundo lugar, se debe saber que este tiburón nada tan profundo que la visión es muy escasa de todos modos.Y, en tercer lugar, lo que redondea la relación, teorizan los expertos, es que el copépodo adherido a la córnea emite una luminosidad que, en las profundas y negras aguas árticas, funciona como un señuelo de pesca. De esa forma, el crustáceo se convierte en la carnada y le permite al pesado tiburón comer lo que le gusta y vivir por cientos de años.

En otras palabras, pareciera que el tiburón sacrifica el ojo en beneficio de su “amigo”, algo que de todas maneras no era vital en su hábitat, a cambio de poder comer presas que jamás podría alcanzar. ¿No es fascinante? A veces lo que parece pernicioso, no lo es. Y eso es exactamente lo que creo que pasa en el Perú entre la relación entre los sectores Cultura y Turismo.

Yo creo que en el Perú el sector Turismo y el sector Cultura en vez de tener una relación mutuamente provechosa, simbiótica, tienen una pésima relación llena de duplicidades, metidas de cabe y quejas entre uno y otro. Por un lado, los defensores de los bienes culturales, legados históricos y demás ven al turismo como un depredador al acecho y lo satanizan y, por otro lado, algunos agentes turísticos efectivamente depredan sin conciencia ni regulación los bienes culturales materiales e inmateriales de todos los peruanos. Nada más absurdo, nada más mezquino y poco inteligente.

Lo que no se dan cuenta de ambos lados de la orilla es que ambos sectores deberían construir un marco armónico de trabajo en el que los dos se beneficien de su potencial magnífica relación. Ejemplos de esta virtuosa cofradía entre turismo y cultura hay cientos en el mundo.

Por ejemplo, se podría mencionar al Coliseo Romano que en el 2019 recibió cerca de 20,000 visitantes al día (El Ministerio de Cultura peruano ha decidido reducir el aforo a la granítica Machu Picchu a 2,244 personas cada 24 horas).

En Roma se ha implementado un modelo de gestión sostenible moderno que implica la maximización del flujo de turistas respetando el legado histórico. Prueba de ello es que hace pocos años se decidió techar parte de la arena para brindar una nueva experiencia en la visita y que los flujos turísticos se dividan. De esa forma se puede incrementar el número de visitas cada día y además proteger al recinto de concentraciones de personas innecesarias. En Perú proponer tocar un monumento histórico de algunas décadas de antigüedad, nada más, es un sacrilegio digno de morir empalado. Ni decir una huaca o ruina. Claramente los romanos no han pensado así.

Otro ejemplo, que es la excepción que cumple la regla en el Perú, es la Huaca Puccllana de Miraflores que levanta la ceja de muchos a pesar de que es un caso de éxito reconocido mundialmente. He escuchado algunos quejarse de que empresas privadas se “aprovechan” de este legado prehispánico y me pregunto, ¿habrá un pensamiento más mezquino y más obtuso que ese? Ese restaurante financia la conservación del monumento, es la única razón por la que la huaca tiene un modelo de gestión sostenible y se va a poder preservar para las generaciones futuras, razón de ser de los conservacionistas. Sí, probablemente debajo de la terraza del restaurante hay algunos restos arqueológicos, pero creo que al entregarlo en concesión se hizo lo correcto. Ahora la Huaca Puccllana se erige como la huaca mejor conservada, más interesante, más atractiva de todo Lima y probablemente del Perú. ¿Qué quieren? ¿Que siga siendo como en los 80´s? ¿Un vertedero de basura y guarida de delincuentes?

Los peruanos debemos modernizarnos, ver el mundo, asimilar el éxito. Debemos pensar inteligentemente como lo hace el gran tiburón de Groenlandia que sacrifica los ojos para existir y ser coronado como el Rey del Ártico. Tal vez lo inteligente es sacrificar un poquito lo que tenemos, tal vez algo que no sea tan relevante en aras de un bien mucho mayor. Necesitamos que se construya esta relación simbiótica entre los sectores Turismo y Cultura. Es hora de pensarlos como uno sólo y no asumir equivocadamente que uno es enemigo del otro. Es todo lo contrario. Ambos deben trabajar juntos y generar un modelo conjunto y coordinado de gestión que beneficie a todos los peruanos en todos los rincones de este majestuoso país. Es tarea del próximo gobierno pensar en ello y modernizar el Estado. Ambos sectores en un país tan rico como el nuestro están destinados a coexistir y ser los pilares del desarrollo económico sostenible y descentralizado que todos queremos. Manos a la obra.

Para muestra un botón (el dato)

Huaca Pucllana: Es un legado que nos dejaron nuestros antepasados y que recibe dinero del restaurante que opera dentro de sus límites. Dicho dinero se usa obviamente para su preservación, puesta en valor y gestión en general. En el 2019 recibió aproximadamente 180,000 visitas en su Museo de Sitio. De ellas cerca de 30,000 fueron peruanos y 150,000 extranjeros. Su tarifa es de aproximadamente 15 soles por persona.

Huaca Puruchuco: Patrimonio administrado por el Ministerio de Cultura. Su Museo de Sitio, según cifras del MINCETUR, recibió la interesante cifra de 43 extranjeros durante los 365 días que transcurrieron el 2019 y una cifra similar de peruanos a la que recibió el Museo de Sitio de la Huaca Pucllana. Su tarifa es de aproximadamente 5 soles por persona.

¿Existe aquí una oportunidad? Les dejo la pregunta.

El patrimonio cultural peruano es tan vasto y tan descentralizado que no se puede mantener, ni preservar, ni poner en valor, con todo el presupuesto del gobierno. Esto es un hecho. El sector cultura, si no se asocia simbióticamente con el turismo y recibe el dinero de los agentes privados, sólo tiene un destino: su extinción. Sin mantenimiento y puesta en valor los bienes culturales se volverán ruinas y las ruinas en polvo. Por su lado, el sector turismo debe entender que no puede depredar y debe cuidar y mantener los patrimonios culturales. Son ellos los que atraen a los turistas y les permite tener empresas rentables. Creo que es hora de que ambos sectores trabajen de la mano.

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Marcial Ortiz de Zevallos
Marcial Ortiz de Zevallos
Economista y empresario. Siempre está listo para un buen intercambio de ideas. Algunas de las cuales ha plasmado en distintos medios en Perú y el extranjero. En su periplo hasta la fecha ha vivido y trabajado en Perú y USA. Asimismo, ha pasado por las aulas de las Universidades Del Pacífico, Cornell y Yokohama.

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