En lo que respecta a las próximas elecciones presidenciales en Perú, es probable que los resultados en primera vuelta arrojen una representación congresal fraccionada, la gobernabilidad al poder ejecutivo. Ese será el momento para hablar de alianzas entre los ganadores, pero también de prestarle atención a cómo reaccionan los perdedores. Queda claro que el poder político actualmente, real o proyectado, no tiene legitimidad si no tiene el respaldo de la ciudadanía.
Poder. Perder poder es tan perjudicial para el organismo de un ser humano como dejar de tomar opiáceos. A través del tiempo, ha quedado demostrado que las personas poderosas que dejan súbitamente el poder, entran en cuasi estados de delirio por el desapego con la realidad, y pueden hasta experimentar cuadros de síndrome de abstinencia parecidos a los que se sufre cuando se deja de consumir substancias como el tabaco, el alcohol, o la heroína.
En la historia, son conocidos los raptos de delirio de Hitler en su búnker subterráneo en Berlín cuando pierde la guerra, o de Napoleón Bonaparte en la Isla de Elba comandando a la distancia ejércitos en una época en que no existía internet ni drones.
Nosotros, los peruanos, también tenemos algunas obscuras figuras políticas que alcanzaron dominio territorial, institucional o para institucional, y trataron de aferrarse a ese poder a cualquier precio. Vladimiro Montesinos y Abimael Guzmán son un ejemplo de ello; Alberto Fujimori y compañía también calzan en ese grupo. Poder materializado de manera corrupta que requiere ser aislado pública y políticamente, puesto en cuarentena social, a lo Covid-19, necesariamente higienizado para la historia futura.
Más allá de viejas historias como esas, en estos tiempos más cercanos hay ejemplos de personajes latinoamericanos que rivalizan con los caprichos de los antes mencionados, sobre todo cuando han perdido una elección que pensaron ganada, o sea, cuando pierden poder, real o proyectado.
El caso de Cristina Kirchner (CK) en el 2015 es emblemático. Terminó su mandato después de 12 años de partidismo kirchnerista, donde consolidó, luego de la muerte de su marido expresidente, un aparato de clientelismo sindical y de base social necesitada; y atendida en bastante medida. Al no ganar su delfín -Daniel Scioli, un ex-deportista y ex-vicepresidente que perdió 48.66% a 51.34% contra el exdirigente de Boca y exgobernador de BBAA, Mauricio Macri- las elecciones presidenciales argentinas del 2015, CK se negó a participar de la transmisión de mando y la entrega de los atributos presidenciales al siguiente mandatario. Según argumentó, había una inexactitud en las leyes rioplatenses, y ella debía permanecer en el poder hasta el último minuto antes que el nuevo presidente jurara al recibir la banda presidencial y el bastón de mando. En teoría ese traspaso del «poder» lo realiza el presidente saliente, y ella se rehusaba a hacerlo en la forma que lo había planeado el equipo del nuevo mandatario.
Macri apeló al Poder Judicial para que se le reconozca como presidente desde el primer minuto del jueves 1º de diciembre del 2015, a partir de las 0:00:00 horas. Para argumentar esto, se basó en el Reglamento de Ceremonial de la Presidencia de la Nación que en el artículo 142 señala que «el señor Presidente saliente entregará al señor Presidente electo, frente a la mesa colocada sobre el estrado, las insignias presidenciales, que estarán sobre la misma». Así se había llevado a cabo hasta la llegada al poder de Néstor Kirchner, quien decidió evitar ese paso y en cambio optó por recibir la banda y el bastón en el recinto de Diputados, en un baño de popularidad calculado. Lo mismo hizo Cristina Kirchner en 2007 y 2011, en un ánimo populista que buscaba fusionar simbólicamente, y para la tribuna, la agenda presidencial con la parlamentaria, cuando justamente entre esa divergencia constructiva, o separación de poderes políticos, se basa el control de los poderes democráticos.
La justicia argentina terminó resolviendo que sea Federico Pinedo, cabeza del Congreso, el portador transitorio del poder presidencial por un periodo de doce horas. Según allegados e involucrados en ese episodio, Cristina no quiso regalarle la foto del traspaso a Macri porque creía que sus adversarios la mostrarían como una rendición y le quitarían poder a su figura. Finalmente, asumió el nuevo presidente y el país siguió con su compleja política sucesional.
Algo similar, pero más desafiante democráticamente hablando, pasó con Evo Morales en noviembre de 2019. En ese entonces, a pesar de los serios informes de la OEA por el fraude perpetrado en las elecciones presidenciales, Morales se empeñó en mantenerse en el poder, en un proyectado 4º mandato presidencial que enfrentó una inmediata resistencia ciudadana. Esta situación amenazaba con desbordar el país, por lo que la cúpula militar boliviana se pronunció contundentemente, dejando al presidente plurinacional sin mucho margen de maniobra: «Sugerimos al presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial, permitiendo la pacificación y el mantenimiento de la estabilidad por el bien de nuestra Bolivia».
Morales, ante esa demostración pública de pérdida de respaldo, dimitió el 10 de noviembre en medio de una ola de violencia que dejó más de 30 muertos. Jeanine Áñez, asumió la presidencia. Evo, acorralado y temiendo por su integridad, huyó del país en un accidentado viaje aéreo con destino a México; «salvándole la vida» según sus propias palabras.
En Perú, en 2016, tuvimos un episodio similar pero sin consecuencias «militares» luego de que PPK ganara en segunda vuelta por poco más de 41,000 votos. Un error de dicción, lapsus linguae, del presidente del JNE durante la presentación de resultados en el que se equivocó en el número de votantes pero no en los porcentajes (46,868% vs 46.644%), sirvió para que los seguidores de Keiko Fujimori cuestionaran el balotaje y movieran la idea, a lo fake news, de que les habían robado la elección. La candidata de Fuerza Popular dijo que reconocía los resultados, pese a que «son confusos y que aún existen varias actas pendientes de resolver». Keiko nunca reconoció el triunfo explícitamente y, más bien, advirtió, o amenazó según el cristal con que se mire: «Estos cinco años se sentirá aún más la presencia política de nuestro partido», «Fuerza Popular ha recibido el encargo de la población de ser oposición, y será el rol que vamos a cumplir con firmeza. Seremos una oposición responsable que pensará en el futuro del país». En el 2018, FP y sus aliados arrinconaron a PPK hasta que renunció. El rol político de esa oposición «responsable», y sus consecuencias sobre la institucionalidad peruana, cinco años después, todavía se sienten en medio de una pandemia global.
Pero si se trata de berrinches políticos por una súbita y no esperada pérdida del poder, Donald Trump se lleva el premio. Argumentando que había ganado las presidenciales del país más poderoso del mundo -por los votos presenciales en un escenario Covid-19 que requería distancia social y medidas básicas contra la Pandemia- Donald y varios miembros del partido republicano llamaron a obviar las recomendaciones en medio de la crisis sanitaria mundial, y empujaron mediáticamente y en redes a que los partidarios se acerquen en persona a votar en vez de emitir su voto por correo. Al final, lo que determinó la elección en ese país no fueron los votos presenciales, sino los votos por correo, que se demoraron unos días en contabilizar y determinaron a Joe Biden como Presidente (77.992.252 votos / 50.8% / 306 delegados VS 72,663,321 votos / 47,4% / 232 delegados). El bochornoso episodio de la toma del Capitolio por parte de las turbas de extrema derecha, azuzadas por los delirios de fraude del saliente presidente norteamericano, afortunadamente no fueron respaldados por las fuerzas armadas ni por el poder judicial. Finalmente, el 20 de enero de este año, custodiado por una guarnición de más de 26,000 miembros de la Guardia Nacional, Joe Biden asumió el control de EEUU; si los negacionistas del Covid y la democracia querían tomar el poder, se iban a enfrentar a una fuerza mayor. Alrededor del mundo, ningún líder importante cuestionó la asunción de Biden, y Trump, ahora es una suerte de paria local, y se enfrenta a un proceso político que lo podría inhabilitar a postular a cargos públicos.
En lo que respecta a las próximas elecciones presidenciales en Perú, es probable que los resultados en primera vuelta arrojen una representación congresal fraccionada, dificultándole la gobernabilidad al poder ejecutivo. Ese será el momento para hablar de alianzas entre los ganadores, pero también de prestarle atención a cómo reaccionan los perdedores. Queda claro que el poder político actualmente, real o proyectado, no tiene legitimidad si no tiene el respaldo de la ciudadanía. La fuga de Evo, los caprichos personales de Cristina, los rencores legislativos de Keiko, o las argucias virales de Trump son ejemplos de malos perdedores en contiendas electorales, pero también de estrategias desplegadas para mantenerse en el poder. Ante esto, el escritor Milan Kundera nos dejó esta frase: «La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido».